lunes, 2 de enero de 2017

Tú, no te detengas...Andrés Caicedo







“Tú, no te detengas ante ningún reto. Y no pases a formar parte de ningún gremio. Que nunca te puedan definir ni encasillar.

Que nadie sepa tu nombre y que nadie amparo te dé.
Que no accedas a los tejemanejes de la celebridad. Si dejas obra, muere tranquilo, confiando en unos pocos buenos amigos. Nunca permitas que te vuelvan persona mayor, hombre respetable. Nunca dejes de ser niño, aunque tengas los ojos en la nuca y se te empiecen a caer los dientes. Tus padres te tuvieron. Que tus padres te alimenten siempre, y págales con mala moneda. A mi qué. Jamás ahorres. Nunca te vuelvas una persona seria. Haz de la irreflexión y de la contradicción tu norma de conducta. Elimina las treguas, recoge tu hogar en el daño, el exceso y la tembladera.
Todo es tuyo. A todo tienes derecho y cóbralo caro.
No te sientas llenecita nunca.
Aprende a no perder la vista, a no sucumbir ante la miopía del que vive en la ciudad. Ármate de los sueños para no perder la vista.
Olvídate de que podrás alcanzar alguna vez lo que llaman "normalidad sexual”, ni esperes que el amor te traiga paz. El sexo es el acto de las tinieblas y el enamoramiento la reunión de los tormentos. Nunca esperes que lograrás comprensión con el sexo opuesto. No hay nada más disímil ni menos dado a la reconciliación. Tú, practica el miedo, el rapto, la pugna, la violencia, la perversión y la vía anal, si crees que la satisfacción depende de la estrechez y de la posición predominante. Si deseas sustraerte a todo comercio sexual, aun mejor.
Para el odio que te ha infectado el censor, no hay remedio mejor que el asesinato.
Para la timidez, la autodestrucción.
Adonde mejor se practica el ritmo de la soledad es en los cines, aprende a sabotear los cines.
No accedas al arrepentimiento ni a la envidia ni al arribismo social. Es preferible bajar, desclasarse; alcanzar, al término de una carrera que no conoció el esplendor, la anónima decadencia.
Para endurecer la unidad sellada, ensaya dándote contra las tapias.
No hay momento más intenso ni angustioso que el despertar de un hombre que madruga. Complica y prolonga este momento, consúmete en él. Agonizarás lentamente y de berrido en berrido enfrentarás los nuevos días.
Es prudente oír música antes del desayuno.
Tú, disimula el olvido. Aprende a contemplar inconmovible toda génesis. Si te tienta la maldad, sucumbe: terminaréis por rodar juntas del mismo brazo.
Come todo lo que sea malo para el hígado: mango viche y hongos y pura sal, y acostúmbrate a amanecer con los gusanos. Créete ceiba, que también cría parásitos.
Tú, no te preocupes. Muérete antes que tus padres para librarlos de la espantosa visión de tu vejez. Y encuéntrame allí donde todo es gris y no se sufre. Somos muchas. Incomunica el dato.“


Andrés Caicedo de "¡Que viva la música! "

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