"Se sabe que Proust estaba obsesionado con la fotografía y buscaba por todos los medios tener fotos de las personas que amaba y admiraba. Uno de los chicos de los que estuvo enamorado cuando tenía 22 años, Edgar Auber, le regaló su propio retrato, en base a su insistente pedido. En el reverso de la fotografía escribió a modo de dedicatoria: Mírame la cara: mi nombre es Pudo haber sido; También me llaman No More, Too Late, Farewell. La dedicatoria es ciertamente pretenciosa, pero expresa a la perfección la exigencia que anima todas las fotos y capta lo real que siempre está en el acto de perderse para volverlo a hacer posible. De todo esto, la fotografía exige que recordemos; las fotos son testimonio de todos estos nombres perdidos, semejantes al libro de la vida que el nuevo ángel apocalíptico —el ángel de la fotografía— tiene en sus manos al final de los días, es decir, todos los días ".
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