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miércoles, 13 de noviembre de 2019

Estamos apurados









Estamos apurados. No entendemos nada pero hacemos esfuerzos horribles para intentar poner un pie en un mundo sin culpa, sin vergüenza, sin memoria. Estamos rotos pero nos mentimos que no, que somos héroes de alguna historia (de las que nadie leyó o que nadie escribió).


Estamos hastiados de la hipocresía, de la falta de valor, de que la gente al final tiemble y en vez de gritar su locura prefieran la sonrisa boba y estúpida de "yo por las dudas". Y por las dudas ni se atreven a cruzar el puente porque sospechan que se lo van a cortar apenas comiencen la caminata. Frágiles, equilibristas de la liviandad. No saben ni siquiera si respiran porque tienen terror a sentirse amenazados por algún virus, una loca bacteria que los matará, los amenazará de muerte cuando exhalen un día de éstos. Pero lo que no saben es que ya están muertos, ya están liquidados y no lo pueden entender. Porque para enterarse hay que respirar, amar, vivir, tener valor,temple, voluntad al menos.


Estamos ocupados, quemados, incendiados, pulverizados. Pero a veces nos creemos príncipes de un instante. Y nos entregamos a una sonrisa a medias en la calle hasta la próxima noticia de la TV, la puteada de la vecina que se queja del ruido de los vecinos de abajo, la locura de la calle ahora que llega el verano de a poquito, los precios astronómicos de las cosas. Que son cosas. Cosas.

Y nosotros seres humanos, otra categoría. Una etiqueta que nos va a perseguir donde vayamos. Humanos que matan, que traicionan, que cotillean, que delinquen, que escupen, que duermen todo el tiempo que les dura la vida y así. Seres humanos pero no decentes, pero no fiables, pero no compasivos, ni bravos, ni enteros. Proyectos de algo que será algún día o no. Fragmentos de algún cuerpo y de algún alma.

Estamos apurados y eso nos hace relevantes. La gente apurada es gente con ocupación, es gente perfecta pero... No tenemos tiempo para nosotros nunca, nunca escuchamos el piano desafinado interior que merece que le demos tiempo, ganas, ensayo, práctica.


Y sabemos de esa sordera pero así vamos ciegos y sordos porque nos pueden más el apuro y las imbecilidades que nuestra propia vida y el temblor de nuestra carne y espíritu.



Mónica Pedraza


(fotografía de Harry Gruyaert )