Los domesticados
Los trazados de la vida, lo que elegimos. Acertar o no. Y el " todavía" y el "aún". Los domesticados nunca pueden, se les acabó la cuerda, se les agotó el sueño, sus existencias se ciñen entre cuatro paredes impregnadas de olor a comida, a llantos de bebé, a sexo calculado, a obedecer siempre. A agachar la cabeza, y doblegarse, nunca ser contestatario, eso es de peligrosos delincuentes, eso es de drogones, de adictos a algo...
Estar más allá del bien y del mal, ser una cicatriz en carne viva, es estar en perpetua lucha por algo que nos trascienda, que deje huellas, que queme desde adentro, ser combustión pura.
Los domesticados creen que dominarán el mundo con sus vidas cuadradas, planificadas, Miami en verano, en invierno, Aspen. Y el autito, y la casita con el perro, y a envejecer y que nos trague la muerte como nos tragó la vida. Nunca jugarse en nada, ni por nadie. Tienen una carrera, tienen una esposa, tienen un seguro de algo.
Los paracaidistas ven el mundo desde las alturas, y todo parece bello, truecan el equilibrio por el vértigo, tiemblan pero no dejan que el temblor les quite la belleza augusta de haber despertado de una vez y para siempre. Y si tienen ganas y si se les ocurre ensayan nuevas piruetas, evaden la muerte jugando con la muerte misma.
Los domesticados caminan ciegos, borrachos de sus sentencias severas, no entienden el valor de un juramento, de una palabra que tiembla en el aire, todo sentimiento que no sea sopesado, medido les resulta ajeno , esquivo y decididamente peligroso.
Los utópicos danzan sobre precipicios que son sagrados, saben que esto es mutable, caprichoso, vano, ruleta rusa pura. Se cruzan con la domesticidad, la miran de reojo, a veces ésta les toma por la solapa, pero tiran de ella y zafan. Y van en búsqueda de lo esencial, del corazón de las cosas, del alma de los seres que los cruzan, definitivamente enamorados del tic tac salvaje que late en las profundidades ´del Universo.