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miércoles, 6 de septiembre de 2017

No hay dos puertas iguales...Azorín








No hay dos puertas iguales: respetadlas todos. Yo siento una profunda veneración por ellas; porque sabed que hay un instante en nuestra vida, un instante único, supremo, en que detrás de una puerta que vamos a abrir está nuestra felicidad o nuestro infortunio

Azorin

miércoles, 23 de noviembre de 2016

Azorín (1873-1967)







José Augusto Trinidad Martínez Ruiz así se llamaba el escritor pero todos lo conocen como Azorín.Periodista, ensayista,bibliófilo, dramaturgo, etc.Representante de la generación del 98'. Nació y creció en Alicante.


El nombre de sus obras ya nos adelantan de qué trató la literatura de Azorín: " Castilla", "La ruta de Don Quijote ", "El alma castellana "," Con Cervantes ", etc. España pero especialmente Castilla, su gente, sus tierras, su literatura...



Lo mejor de Azorín:La exaltación de lo español, su filosofía meditativa, contemplativa del paisaje y del tiempo lo que otorga lirismo a sus escritos. Su descripción de los pueblos, del campesinado, de la vida rural, es realmente exquisito en esto.



Lo peor de Azorín: Pasar del anarquismo a ser proclive a la dictadura de un Franco. O sea la curva en la política va de extremo en extremo."No quiere ser otro burgués, amante del orden y las buenas costumbres, pero -aunque celebra lo inmoral- todo indica que será otro señor de provincias, previsible y convencional." según Rafael Narbona de "El Cultural".Una pena.


Mi opinión: Me hizo/hace amar a España como pocos, me da unas ganas locas de irme a vivir a uno de esos pueblecitos polvorientos cargados de ancestralidad y ruralidad. Me apasiona su amor por los libros. En ambas pasiones me reconozco. Buena persona,buen escritor, español hasta el tuétano.


Fragmento de "Castilla " de Azorín.

" No puede ver el mar la solitaria y melancólica Castilla. Está muy lejos el mar de estas campiñas llanas, rasas, yermas, polvorientas; de estos barrancales pedregosos; de estos terrazgos rojizos, en que los aluviones torrenciales han abierto hondas mellas; mansos alcores y terreros, desde donde se divisa un caminito que va en zigzag hasta un riachuelo. Las auras marinas no llegan hasta esos poblados pardos de casuchas deleznables, que tienen un bosquecillo de chopos junto al ejido. Desde la ventana de este sobrado, en lo alto de la casa, no se ve la extensión azul y vagarosa; se columbra allá en una colina con los cipreses rígidos, negros, a los lados, que destacan sobre el cielo límpido. A esta olmeda que se abre a la salida de la vieja ciudad no llega el rumor rítmico y ronco del oleaje; llega en el silencio de la mañana, en la paz azul del mediodía, el cacareo metálico, largo, de un gallo, el golpear sobre el yunque de una herrería. Estos labriegos secos, de faces polvorientas, cetrinas, no contemplan el mar; ven la llanada de las mieses, miran sin verla la largura monótona de los surcos en los bancales. Estas viejecitas de luto, con sus manos pajizas, sarmentosas, no encienden cuando llega el crepúsculo una luz ante la imagen de una Virgen que vela por los que salen en las barcas; van por las callejas pinas y tortuosas a las novenas, miran al cielo en los días borrascosos y piden, juntando sus manos, no que se aplaquen las olas, sino que las nubes no despidan granizos asoladores. "