El primer día del año. Ese en que nos proponemos cambiar. O mejorar. O hacer cosas postergadas. Listas y listas. De actividades que realizar, estudios que comenzar, amigos a quienes invitar, libros que leer, etc. El listado sería extensísimo. LO que interesa de todo esto es que estamos movilizados por un lado y por el otro buscamos la calma luego de miles de días de intenso trabajo. Y soñamos con playas largas de arena fina y blanca. Cuanto más desierta mejor. O paisajes con montañas y lagos. Caminos en el bosque y frío por las noches. Y el alma que se regocija con este tiempo esta pausa este silencio que nos permite apresar la belleza de un mundo que no vemos. Y que está ahí y no registramos perdidos en la prisa y en los horarios. Tiempo para pensar para dejar atrás la tristeza y premiarse con música, con amor, con la tregua necesaria. Absolutamente necesaria. Y luego sí a empezar la cotidianeidad de otra manera. Con un sentido menos monetarista y más metafísico. Más cultural y menos financiero. El primer día del año puede ser un día común pero creo que marca la frontera entre la jauría y la placidez. Entre la tiranía camuflada y la libertad absoluta.