Escucho a Aretha Franklin. Qué voz, por favor. Se acerca la madrugada con sus pies sutiles y su poesía. La poesía de fantasmas a esta hora en que calla todo y podemos oírnos el tic tac del corazón.
Y fumarnos un par de cigarrillos y acunar nuestra desesperanza. Pero también nuestra esperanza. Juntas las dos. Una que nos devuelve a la realidad y otra que impulsa el vuelo.
Y hacer textos, muchos. Confeccionar recetas de felicidad e infelicidad. Modos de ver la luz a esta hora del alba. La extinción del día se me asemeja a una pequeña chispa que ha dado toda de sí y que promete que mañana tal vez, que sí, que no, que en una de esas, que podrá, que habrá tiempo, que nos sonreirá.
ph: Boris Davidov