"Toda la semana se advirtieron signos. Don Teodoro Santiago descubrió que el agua de Yanamate se cribaba de agujeros. En Junín una vaca parió un chancho de nueve patas. En Villa de Pasco, al abrir un carnero, saltó un ratón. Signos hubo, pero nadie quiso verlos. Aun en la víspera hubiera podido sospecharse de la nerviosidad de los perros. Alguien les comunicaría que se clausuraba el mundo. Huyan antes que sea tarde. Alguien les notificaría. Y los árboles también se asustaron. Yo no lo vi. Aquí no crecen árboles. Pero en Huariaca, mil metros más abajo, los eucaliptos enloquecieron. No soplaba ningún viento: por eso llamó la atención. El aire cabeceaba tranquilo cuando los sauces y los molles se volvieron epilépticos: se retorcían, tiritaban, se agitaban, pobrecitos, como si quisieran, pobrecitos, pies para irse. Alguien les murmuraría que la tierra se cerraba. Se retorcían, se lastimaban, se clavaban sus espinas. La mitad de la tarde y la totalidad de la noche padecieron. Algunos árboles lograron arrastrarse unos metros. Amanecieron sudados ... Pero ya nadie se compadecía de los árboles: los animales se fugaban. Los inteligentes zorros, como inteligentes, huyeron desde las cuatro de la mañana. Sin decir una palabra, sin comunicarse con nadie..."