A veces cabalgábamos solos,
a veces acompañados,
no más el sol que se hundía, el viento
sobre la cara,
En un país extenso y desierto
fundábamos sueños
dónde íbamos a buscar los caballos ,
el frío nos sorprendía
siempre lejos de los fuegos,
la intimidad con la desazón
que nos dejaba la piel dura y helada.
Todas las pequeñas flores
todas las auroras,
los crepúsculos
rondaban por el horizonte aquel,
porque alguna vez volvía la Primavera
y seguían una a una las estaciones
estos galopes,
estas fugas en el tiempo.
Se apoderaba de nuestra voluntad
un claro deseo de cabalgar
otras mil auroras más
hasta desaparecer.
Mónica Pedraza