Cubitos de hielo en el cuello
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No hace falta que me digas
lo sé,
soy tu alborada
y el libro de quejas
y tu revoltijo de habitación.
Nuestro pecado
fue amarnos demasiado,
eso se paga con siglos de decadencia,
con postergaciones infinitas,
con una nostalgia aprendida
y mansa, mortífera.
No me des tu inmovilidad
tu milimétrico espanto,
tu voz aullando como lobo
en la estepa dolorosa de mi carne
Dame tu luz, como cuchillo
como navegación hacia el Iceberg,
protegeme,
tiemblo de pensar en un mundo
en el que no existas,
dame tu piedra filosofal
y perturbada,
acariciame bajo la raíz de mi deseo
Poneme cubitos de hielo
en el cuello...
Mónica Pedraza
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