Las flechas que eran palabras
se incrustaron en su ser,
se dejó atravesar
por ellas
una a una,
y las heridas no sangraron
pero el corazón se trizó...
Buscaron la cura,
el médico, el gramático
que intuyesen acaso
alguna receta
para la cicatrización
de la mujer en flor.
Los invitó con un té
a todos,
les agradeció los gestos,
la paciencia, la profesionalidad.
Pero
Luego que se fueron...
Abrió la puerta
y permaneció
junto al sol, los pájaros
el aire primaveral,
las nubes como algodones
todo el tiempo que pudo
y cantó despacito esa antigua canción
tan bien aprendida
que era como una resurrección.
Mónica Pedraza
ph: Neil Krug
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