en contra o a favor sobre si el mundo
está bien hecho o no, pero yo quiero
decir aquí otra cosa: por lo mismo
que en las grandes ciudades es difícil
hallar un solo justo, aquí, a unos metros,
en el viejo laurel, un ruiseñor,
poco más que una nuez,
lanzó su canto melodioso al aire
sin el menor esfuerzo y sin temor
a que caudal tan alto le rompiera
su pequeño pulmón.
Todo quedó encantado.
Que los golpes funéreos de la azada
no le asustaran, tuvo un no sé qué
de santo y prodigioso y de candor.
Después de unos minutos, y aunque no lo veía,
tan escondido estaba, pregunté
sin levantar la voz
qué quería decirme.
Dejó por un momento su canción
y pudimos oír los pensamientos
como el huso sutil del tejedor.
Hablamos el silencio, nuestra lengua,
pues él no sabe azada y yo no ruiseñor,
y nos contamos cosas
que han de quedar entre él y yo.
Y si ahora me dijeran, en la cena,
que han pasado diez siglos
desde que esta mañana salió el sol,
lo daría por bueno, sin importarme mucho
si el mundo está bien hecho o no.
Andrés Trapiello