Buscar este blog

domingo, 1 de enero de 2017

Leer en ocho notas,Carlos Skliar









Leer, en ocho notas


I- La lectura reconoce sus sabores. Despaciosamente. Al principio a nada sabe, pero huele. Huele la nariz dentro del libro, huele el movimiento de las páginas entre pasajes, huele el misterio de lo que se comprende y la certeza de lo que ya se olvidará. Huele la vida de quien huele al leer. Y se respira el vendaval de la escritura: la ternura de una página de inicio, la aspereza de una página de adiós.

II- Leo un libro que nunca leí, es decir: atravieso un mundo desconocido, un tiempo desconocido, gestos desconocidos. Párrafo a párrafo lo que parecía ser ajeno comienza a existirme como si fuera posible habitar un lugar que no es el mío, un cuerpo diferente con una voz incógnita. Sin embargo leer no es conocer lo desconocido, llenar un abismo infinito con palabras ordenadas. Leer es ir desconociéndose poco a poco. Como si nunca hubiéramos vivido antes.

III- Dar vuelta la página. No volcarla. Quedarse en medio. En el canto. La quietud de la página que no es anterior ni posterior. Detenerse. Ni en lo ya leído, ni en lo por leer. El estremecimiento de lo que acaba de irse. La incertidumbre de lo que vendrá. A eso también puede llamársele, sobre todo, lectura.

IV- Creer tener una idea y descubrir, al poco tiempo, que ya fue escrita y publicada muchas veces por muchos otros hace mucho tiempo. Un pensamiento reciente puede no ser otra cosa que un libro remoto que aún no llegó a tus manos.

V- De viajes y de lecturas, que es casi lo mismo. Viajar es sentir, sí; sentirlo todo excesivamente (Pessoa); viajar para no llegar posiblemente nunca (Magris); viajar con la amabilidad de quien atraviesa dos o tres veces un territorio que es pisado y también es huella (Handke); viajar como pasear: la caminata distraídamente atenta de poeta (Walser); viajar como una ruta trágica y obligada que no nos hemos trazado (Tsvietáieva); viajar sin atrapar al mundo en la telaraña de grados de longitud y latitud (Noteboom); viajar en línea recta y tener al sol y a la luna de uno y otro lado (Herzog); viajar y no saber donde dejar exactamente las garras (Szymborska); viajar sin otra compañía que las propias sombras (Nietzsche); viajar para abandonar la ciudad y precipitarse hacia el puerto deseado (Ajmátova). En fin: viajar como mirar al cielo donde un sueño espera ser soñado (Maillard).

VI - Leer como amanecer: el mundo no es sólo humo y desierto, destino de prisa, transcurrir en filas cuyo desenlace es el olvido. El segundo más hondo habita en el canto de la página –el miedo a pasarse, la vigilia de la última palabra, la voluntad de ir más allá de uno mismo-. Leer como atardecer: la luz está baja, a solas, porque ya no importan las formas del pensar sino todos los contornos: el perfil de una tierra extraña y propia, la infancia en el ancho de sus aguas, el paseo por la cornisa de una historia ajena a punto de ser nuestra. Una hora en que el tiempo ya no cuenta porque se muda del desconcierto al sueño, de la bruma banal a la confesión extrema, de la pereza sucia a la pasión desordenada. Leer como anochecer. Los ojos se cierran junto a la lectura. La mirada prosigue con su vaivén descalzo. Leer a piel abierta. Durante.

VII- Las pausas suelen alargar el universo. El mundo respira más con humildad de un segundo que bajo la pretenciosa invención de toda la Historia. Leer es detener el tiempo que nos asigna este mundo e impedir que la máquina utilitaria

del universo siga su camino de masacres. Leer es dejar de hacer ruido. Leer es apoyar el cuerpo en un tiempo que no vivimos, para intentar vivirlo. Leer es quitarse de la tiranía opaca de un único tiempo. Leer es ese instante en que la conversación con los muertos se vuelve pura vida. Leer es la detención que podría hacer más hondo al mundo.

VIII- Y si acaso fuera cierto que las casualidades no existen: ¿cómo entender, entonces, que comienzo a escribirte en el preciso momento en que quisieras leerme?



Carlos Skliar

No hay comentarios:

Publicar un comentario