Hrunar
Hrunar había llevado los huesos sobre la espalda
y los tiró al mar,
la marea se lleva los restos
los que nos quedamos en Tierra
también desaparecemos con esos restos...
se dijo...
La barcaza oxidada, milenaria
parecía hundirse,
Odín debía estar colérico,
feroz ese día,
el viento soplaba sin piedad,
las arrugas se amontonaban junto con las lágrimas
sobre los pliegues de la edad.
Edna había sobrevivido a todo,
múltiples partos, decenas de mudanzas
el mal caracter de Hrunar, hosco, vejatorio
de todo cuánto no fuera él y él
y nada más que él.
Ni sus hijos, ni sus perros,
ni sus armas, ni su hogar,
hasta que Edna empezó a dar señales
de debilidad,
un día la encontró helada sobre la mesa.
Y todo el Viento helado entró en la casa,
y en el alma,
Hrunar sintió como sus presagios tomaban cuerpo,
la oscuridad se palpaba como
una hoja seca, desgastada, amarga...
Hrunar supo de lobos feroces devorándole el corazón
de los ritos funerarios ,
de la soledad que en el Norte
es más terrible
porque la desolación y el remordimiento
son cuervos enormes
que acuden hambrientos
tras el hombre que nunca supo Amar,
Y sintió que tras los huesos que descartó,
se le fue la Vida, y la juventud
y el dolor como un veneno
le atravesó la garganta
y gritó para sí,
con la fuerza de un dragón
fatal, último y marchito.
Mónica Pedraza
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