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martes, 28 de agosto de 2018

1959, poesía de Eleonora Finkelstein












1959



Partamos por un close up

a esa foto tuya

que me habría encantado conservar

pero que se nos perdió de vista

con tantas mudanzas.

Era el 59 y andabas por la vida

con 59 de cintura.

Y usabas pantalones, claro

(aunque no se alcance a ver).

Y fumabas.

Ya sé que te ibas a divorciar

(aunque tampoco se alcance a ver).

Increíble, súper rubia, sentada y mirando a la cámara

con esos anteojos negros en forma de alas

Y esa remera rayada tan op-art.



Esa es mi madre, pero no era mi madre todavía.

La cabeza apenas inclinada y echada hacia atrás.

Un poco de Marilyn, otro poco de las chicas del Che.

Y el tipo de atrás, con los ojos como platos

y la frente enorme.

El que no le saca la vista de encima,

ese, es el músico cubano.

–habría jurado que era Miles–.



Demasiada luz, demasiado foco,

un toque de revolución

contra la multitud de fondo

(apenas linda, algo fea)

desdibujada de solo mirarte.



Y la risa, la risa inolvidable.

Por favor, no te burles de mí:

esa única imagen entre todas

es un lugar donde volver,

más allá de los muros,

de los idealistas a toda costa.

A medio camino y está bien:

entre el teatro y el partido.

Y más allá de las idas y las vueltas.

Del Sputnik , la máquina y el Beat.

Del Bebop y de Engels y de Marx.

Del “opio de los pueblos” y tanto libro

y la Guerra Fría y Stanislavski y Elia Kazan.



Ahí estás, fija y perfecta, en esa vida eterna,

entre algunas referencias de aquel mundo

y un solo de trompeta ahogado,

que se va llevando la corriente

y nos deja sin batallas.

A medio camino y está bien.

Porque últimamente nadie sabe

dónde queda el horizonte y yo tampoco.

Aunque Dios, aún después de muerto,

es la fe de cada uno. Y está bien.



Eleonora Finkelstein

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