Un cuento sobre la lluvia
Desde la mañana la lluvia no me abandonaba,
-Oh, déjame- le decía yo rudamente
Pero ella no cedía, fiel y triste,
me seguía como una pequeña hija.
La lluvia se adhirió a mis espaldas, como un ala.
Yo la reñía
-Avergüénzate, mala!
Llorando te implora el labriego
-Vete a las legumbres y a las flores!
¿Qué quieres de mí?
El tiempo era pesado y seco.
La lluvia estaba conmigo, olvidando
al resto del mundo.
Los chicos bailaban en torno a mí,
como si fuera una máquina regadora.
Me ingenié para entrar en un café,
Me escondí en una mesa, detrás de un nicho.
La lluvia, cual un mendigo, se pegó a la ventana,
y quería llegar a mí a través del vidrio.
Salí otra vez, la mejilla fue castigada
con una bofetada húmeda,
pero en seguida, arrepentida,
la lluvia, triste y valerosa,
me lavó los labios con olor a cachorro.
Creo que mi apariencia era ridícula.
Me envolví el cuello con un pañuelo gris.
Y la lluvia me pellizcaba la oreja.
La sequía era tensa. Todo estaba seco.
Sólo yo me empapé.
Bella Ajmadúlina
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