Sotto voce
Las manos se posaron una arriba de la otra
se doblaron las rodillas,
se plegaron los párpados en una señal de dolor,
La estación vieja, maloliente, con orines de décadas
los aguardó...
Ella metió el sueter, el pantalón de sarga,
la noche llevó con ella
y él sus anteojos heredados del Abuelo,
también se llevó el tango silbado.
Y cuando no hubo nada más que hacer
renunciaron a las arañas
comiéndose el sacrificio,
el esternón abierto y picado
que yace sobre la mesa de la morgue.
Y el forense husmeó en las hendiduras,
en el húmero, en las falanges,
y todo estaba roto, putrefacto, agónico
La memoria no se termina
es infinita,
lo que cabe a la vida es continuar
con sus ritos,
sus ceremonias vagas y siniestras
y de vez en cuando sacudir el polvo de los muebles,
tirar los papeles de siglos,
guardar los huesos en una pequeña caja,
o mejor
arrojarla en el Delta del río donde fueron felices.
Mónica Pedraza
No hay comentarios:
Publicar un comentario